La
frontera bajomedieval entre Castilla y Aragón en la parte soriana oriental no
está físicamente determinada por significativos accidentes geográficos; por el
contrario, todo esta área geográfica supone una transición o comunicación entre
el Duero con el Jalón y el Ebro. La precisión de la frontera hubo de realizarse
artificialmente mediante la sistemática construcción de castillos. El avanzado
estado de ruina que amenaza su conservación impulsa su conocimiento histórico y
constructivo. Su rehabilitación es improbable y económicamente insostenible,
pero al menos se hace necesaria su consolidación. A pesar de que estas
edificaciones carecen de incentivos artísticos que aumenten su interés, su
valor actual reside en que forman parte integrante del paisaje cultural. En su
día surgieron como sistema de organización del territorio y esta escala
geográfica y paisajística es la que le da importancia y valor actual.
El territorio y su fortificación
La sistemática construcción de fortificaciones —
ciudades amuralladas, castillos y torres— que se produce durante la Baja Edad
Media en la frontera entre las Coronas de Castilla y Aragón es una de las
formas de controlar el territorio por parte de los órganos de poder por ser
esta necesidad una de sus preocupaciones fundamentales. En los puntos más
estratégicos de las vías naturales de comunicación se ubicaron las fortalezas
que permitían la vigilancia y defensa de la vía, la estancia y el amparo de
tropas y la presencia de una guardia continua. Estas primeras líneas de defensa
salvaguardaban a las villas amuralladas principales que se ubican en una posición
más alejada de la frontera. El fenómeno del incastillamento
advertido por Toubert (1973) apresta al estudio de estos edificios desde su
componente social y territorial.
El territorio que ocupa administrativamente
desde 1833 la actual y mermada provincia de Soria ha sido desde la antigüedad
un territorio de paso y de frontera. El afán de Roma por dominar el territorio
—es célebre el dilatado sitio de Numancia— respondía a la necesidad de
controlar tan importante paso entre el valle del Ebro y la Meseta, tanto a través
del Duero como del Jalón hacia el Tajo. Al sur de la actual provincia, el valle
del Jalón comunica el valle del Ebro con el del Henares y el Tajo para acceder
a la Meseta sur. Desde esta vía de comunicación fue desde la que los ejércitos
romanos acometieron las sucesivas empresas de conquistar el territorio celtíbero.
Establecieron diversas penetraciones a través del puerto de la Bigornia en la
vía entre Bilbilis —Calatayud— y Numancia, y a través del valle del Nágima o
desde Ocilis —Medinaceli— y Almazán (Taracena Aguirre 1934, 259). La estructura
de comunicación territorial romana, que perdura durante el periodo visigótico
(Alonso Ávila 1984), es utilizada por los árabes durante el Califato. Así, se
utilizará esta calzada que discurre por el Jalón para comunicar la capital de
la Marca Inferior, Mérida, con la de la Marca Media, Toledo y más tarde
Medinaceli, hasta la cabeza de la Marca Superior, Zaragoza. La Reconquista y
las incursiones aragonesas en territorio castellano seguirán estas vías de
comunicación ancestrales, además de aprovechar otros valles y vías naturales,
como ya señaló Gutiérrez de Velasco (1960, 70, nota 3).
A comienzos del siglo xii, cuando se produce la reconquista
del valle del Ebro por parte del reino de Aragón, se vuelve a plantear la
comunicación con el valle del Duero, que comienza a abrirse a partir de la fosa
de Almazán y que ha sido la frontera y la vía de la reconquista castellana
hasta ese momento. La comunicación entre estas dos grandes unidades
paisajísticas, entre la Meseta y el valle del Ebro ha estado históricamente
determinada por los cursos de los ríos afluentes en el Ebro y que nacen en la
divisoria con el Duero que atraviesa la actual provincia de Soria: el Alhama,
el Linares y el Queiles tributarios del Ebro al noreste provincial, y el Jalón
y sus afluentes los ríos Nágima, Henar, Caraban y Manubles, al sureste.
Este hecho es de suma
importancia porque será uno de los criterios para la ubicación de los elementos
defensivos. En los puntos de entrada a Castilla desde Aragón se sitúa una línea
de castillos roqueros cuya defensa y difícil ataque se garantiza por la gran
pendiente que va a haber entre la base del valle o vía de comunicación y el
castillo. Éstos se sitúan en los bordes de las plataformas de los páramos calizos
que dominan los valles, de manera que el talud contribuye a la defensa, como es
el caso del castillo de La Raya. En otras ocasiones, el castillo se sitúa en el
cantil de una hoz para proteger su paso, como en Ciria. La ciudad fortificada
de Peñalcázar se ubica sobre un cerro testigo cuyos escarpes han funcionado de
muralla natural. En otros casos tan sólo se utiliza las pequeñas elevaciones
del terreno como base para el castillo que controla visualmente los valles
fluviales, como es el caso de Serón de Nágima o el desaparecido de Almazán
sobre el cerro de El Cinto.
La
villa amurallada de Peñalcázar tuvo una gran importancia en la Edad Media. Hoy,
apenas se levantan unos escasos tramos de los lienzos perimetrales que rodean
el despoblado que se alza sobre la muela calcárea.
El castillo de Ciria protege, desde la protección que le proporciona el cantil, el paso del río Manubles
El castillo roquero de Cihuela vigila el estrecho paso del río Henar antes de entrar en Aragón aguas abajo
(continuará...)
Esta entrada forma parte de la siguiente publicación:
Gil Crespo, Ignacio Javier (2013) Fortificación fronteriza y organización territorial medieval: los castillos de Soria. In: La experiencia del Reuso. Propuestas Internacionales para la Documentación, Conservación y Reutilización del Patrimonio Arquitectónico. c2o, Madrid, pp. 233-239. ISBN 978-84-45321-71-2
Para descargar: http://oa.upm.es/16559/
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