martes, 3 de septiembre de 2013

Estado de conservación de la arquitectura fortificada del oriente soriano y su valor actual


El estado de conservación de la mayoria de los castillos de la Raya oriental de Castilla en la actual provincia de Soria es ruinoso. Al carecer de elementos arquitectónicos de interés artístico han permanecido olvidados en los grandes compendios sobre castellología española, ya que al lado de los ejemplares más notables carecen de la importancia y calidad material, dimensional, histórica o arquitectónica.
El abandono y la falta de mantenimiento al que han estado sometidos estos castillos han provocado su progresiva ruina. El último episodio de ruina anunciada se ha producido durante una tormenta a finales de marzo de 2011, cuando derrumbó parte del lienzo occidental de la fortaleza de Serón de Nágima, enteramente construida en tapial. La pérdida patrimonial es notable, máxime cuando era el único lienzo que conservaba algunas características constructivas que ya no se pueden observar en ninguna otra parte del castillo (Gil Crespo 2012).




Colapso de parte del muro occidental del castillo de Serón de Nágima en dos imágenes correspondientes al año 2010 y 2011


La investigación de la que se desprende esta publicación se basa en un exhaustivo inventario de las fortificaciones medievales dentro del territorio de la provincia de Soria. Este inventario se ha registrado cartográficamente con el fin de estudiar sus relaciones espaciales dentro del contexto del estudio de la organización histórica del territorio. Se ha observado que, lejos de ser elementos autónomos, existe una dimensión de sistema que les envuelve y les da significado a escala territorial y, por tanto, paisajística. El valor actual de estas fortificaciones reside en que, como conjunto, tienen un alto valor paisajístico y territorial. Su significado de organización del territorio no ha sido depreciado por su caída en desuso al perder su función militar.

En lo que respecta a su conservación, se hace necesaria una consolidación de los restos conservados para seguir manteniendo ese valor acrecentado además por ser muestra de la construcción histórica medieval y que, como tal, se debe estudiar y analizar.
En conclusión, la frontera bajomedieval entre Castilla y Aragón en la actual provincia de Soria no tiene un accidente geográfico que la determine físicamente, a excepción de la sierra del Moncayo y del Tablado. Por el contrario, todo este área geográfica supone una transición o comunicación entre el valle del Duero con el del Jalón y el Ebro. Las características físicas del relieve —montaña menor de las sierras ibéricas orientales, bordes de parameras, navas, corredores y pasillos por los que discurren los afluentes del Ebro y del Jalón— definen diversas vías de comunicación. Por tanto, la precisión de la frontera hubo de realizarse artificialmente. La sistemática construcción de castillos y el amurallamiento de las villas fronterizas fue el método de concreción de la Raya. Todas estas vías de comunicación debían protegerse y vigilarse y para tal fin se levantaron una red de castillos, torres y elementos defensivos fronterizos a lo largo de la Edad Media.
Las principales vías de comunicación entre los valles del Jalón y del Duero eran los valles del río Nágima, Henar, Carabán y Manubles. El valle del río Nágima, en el camino hacia Almazán, estaba controlado por el castillo de la Raya y las villas y castillos de Monteagudo de las Vicarías y Serón de Nágima. El río Henar comunicaba el Jalón con el Campo de Gómara y su protección se garantizaba con el castillo de Cihuela, la villa de Deza y la villa fortificada de Peñalcázar. En las vías abiertas por los ríos Carabán y Manubles se levantaban los castillos de Carabantes, Ciria y Borobia. El valle alto del Jalón quedaba protegido por los castillos de Santa María de Huerta, Montuenga de Soria, Arcos de Jalón, Somaén y Medinaceli. El valle del Queiles, con Ágreda a la cabeza y el apoyo de Vozmediano, sigue siendo otra de las puertas entre Castilla y Aragón. Más al norte, los ríos Linares, Alhama y Cidacos desaguan en el Ebro riojano y sus valles se protegían con los castillos de Cigudosa, Magaña, San Pedro Marique y Yanguas.

El cañón del río Henar, tras dejar atrás el castillo de Cihuela, entra en Aragón por Embid de Ariza, protegido por un pequeño castillo roquero con torre cilíndrica


Los castillos roqueros gozan de un amplio campo visual sobre las vías de comunicación que siguen los valles y pasos naturales. Son la representación física del profundo conocimiento del medio natural sobre el que se enclavan así como la arquitectura para el dominio y la organización plástica, material y perceptible del territorio. Los castillos han supuesto un sistema de organización del territorio. Su ubicación, la distancia y la comunicación entre unos y otros y su uso han contribuido a la organización de las comunicaciones actuales y al aspecto del paisaje. Es precisamente este valor paisajístico el que les da significado como sistema organizado y que relaciona los elementos entre sí y su entorno con el territorio.

Lista de referencias

Para esta entrada y las anteriores sobre «Fortificación fronteriza» se han empleado las siguientes referencias bibliográficas.
  • Alonso Ávila, Ángeles. 1984. La visigotización de la provincia de Soria. Celtiberia 34 (68): 181-206
  • Cobos Guerra, Fernando; Retuerce Velasco, Manuel. 2011. Metodología, valoración y criterios de intervención en la arquitectura fortificada de Castilla y León. Catálogo de las provincias de León, Salamanca, Valladolid y Zamora. Valladolid: Junta de Castilla y León.
  • Diago Hernando, Máximo. 1987. Expansión señorial en la tierra de Soria en la época Trastámara. Celtiberia 74: 201-238
  • Diago Hernando, Máximo. 1998. El final de la guerra de los Dos Pedros y sus efectos sobre el escenario político regional soriano en la segunda mitad del siglo xiv. Celtiberia 92: 125-156
  • Gil Crespo, Ignacio Javier. 2012. Rammed earth walls in Serón de Nágima castle (Soria, Spain): constructive lecture. In Mileto, C.; Vegas, F.; Crisitin, V. (eds.). Rammed Earth Conservation. Londres: Taylor & Francis
  • Gutiérrez de Velasco, Antonio. 1967. La conquista de Tarazona en la Guerra de los Dos Pedros (año 1357). Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita 10-11: 69-98
  • Lorenzo Celorrio, Ángel. 1994. Torres refugio en la cuenca del Rituerto (Soria). Una zona de frontera del califato cordobés. En Actas del I congreso de Castellología Ibérica, 421-432. Palencia: Diputación Provincial de Palencia
  • Mantecón Callejo, Lino; Marcos Martínez, Javier. 2011. Fortificación del territorio del Nansa durante la Edad Media. Hipótesis de evolución en el tiempo. Castillos de España 161-162-163: 71-78
  • Monsalvo Antón, José María. 2003. Frontera pionera, monarquía en expansión y formación de los concejos de villa y tierra. Relaciones de poder en el realengo concejil entre el Duero y el Tajo (c. 1072-c.1222). Arqueología y territorio medieval 10.2: 45-126
  • Quintanilla Raso, María Concepción. 1983. La tenencia de fortalezas en Castilla durante la Baja Edad Media. En la España Medieval 5: 861-895
  • Recuero Astray, Manuel. 2003. Alfonso VII (1123-1157). Burgos: La Olmeda
  • Taracena Aguirre, Blas. 1934. Vías romanas del Alto Duero. Anuario del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos 2: 257-278
  • Tejero de la Cuesta, José María (dir.) 1988. Análisis del medio físico. Provincia de Soria. Valladolid: Junta de Castilla y León, Consejería de Fomento
  • Toubert, Pierre. 1973. Les structures du Latium médiéval. Le Latium méridional et la Sabine du ixe siècle à la fin du xiie siècle. Roma: École française de Rome
Esta entrada forma parte de la siguiente publicación:
Gil Crespo, Ignacio Javier (2013) Fortificación fronteriza y organización territorial medieval: los castillos de Soria. In: La experiencia del Reuso. Propuestas Internacionales para la Documentación, Conservación y Reutilización del Patrimonio Arquitectónico. c2o, Madrid, pp. 233-239. ISBN 978-84-45321-71-2

Para descargar: http://oa.upm.es/16559/

lunes, 2 de septiembre de 2013

La organización espacial del territorio y la definición de la frontera

Durante la Reconquista, el método de definición de la cambiante frontera fue su fortificación. Para garantizar la vigilancia y salvaguardia de los habitantes con los que progresivamente se iban repoblando los nuevos territorios ganados a los musulmanes, se establecían una serie de villas amuralladas, fortalezas y castillos repartidos por las distintas líneas de frontera. Los señores y caballeros guerreros fronteros que las gobernaban y desde las que organizaban razias y ataques sobre el terreno enemigo eran llamados por el monarca para preparar las diversas campañas bélicas con las que se iba desarrollando la Reconquista (Recuero Astray 2003, 128 y ss.).
Finalizada la Reconquista de un territorio, los castillos y fortificaciones que se habían ido levantando con función militar fueron reaprovechados como sistema de control territorial. No sólo se aprovecharon y mantuvieron las fortalezas construidas en el período anterior, sino que se construyeron otras nuevas. Estas fortalezas constituían puntos de apoyo estables sobre los que mantener una guarnición de vigilancia sobre la frontera y, principalmente, un lugar fuerte desde donde poder ejercer el poder territorial (Quintanilla Raso 1986, 861; Diago Hernando 1998, 85).
La fortaleza como lugar de ejercicio del poder se situaba en Castilla preferentemente en los núcleos urbanos. Sin embargo, dado el carácter fronterizo del territorio soriano, se situaron también en el ámbito rural. La construcción parte de la monarquía, sobre todo en las áreas fronterizas ya que se iba realizando a medida que avanzaba la Reconquista (Diago Hernando 1998, 88-90). Sin embargo, desde la llegada de los Trastámara a la Corona de Castilla tras la Guerra de los Dos Pedros se produce una progresiva señorialización del territorio. (Diago Hernando 1987). Las dos grandes franjas de territorio realengo, la Tierra de Soria y la Tierra de Ágreda, se organizaban en torno a Sexmos y villas eximidas en las que gobernaban señores y nobles de la ciudad. Estas tierras de realengo fueron enajenadas y mutiladas sucesivamente durante el proceso de señorialización, el cual fomentó la construcción de palacios, fortalezas y casas fuertes.
Para garantizar el mantenimiento de la fortaleza y el ejercicio del poder real o señorial se nombraron señores tenentes a los gobernantes de las fortalezas: «en el área soriana fueron relevantes aristócratas vinculados a Alfonso el Batallador y luego a Alfonso VII: Aznar Aznárez fue tenente en 1111 en San Esteban de Gormaz, Íñigo López fue tenente de Soria por Alfonso I entre 1119 y 1125, y Fortún López tenente de Soria en 1127 y de San Esteban en 1128 y 1132» (Monsalvo Antón 2003, 58, nota 32). Se dieron casos, como en Ágreda a finales del siglo xiii y principios del xiv, en que algunos de estos tenentes pertenecientes a la nobleza trataron de hacerse con el poder de la ciudad desde su posición fuerte (Diago Hernando 1998, 119).
La fortificación de la frontera con Aragón comienza desde el primer momento de la Reconquista. Alfonso I de Aragón conquista Zaragoza, todo el territorio oriental soriano y el valle del Jalón a principios del siglo xii. Bajo su reinado, Aragón avanza hasta el valle del Ebro, produciéndose la conquista de Zaragoza en 1118. Un año más tarde llega a Soria, haciéndose con el poder de la zona oriental de la actual provincia y que se encarga de repoblar. Entre 1120 y 1121 reconquista Calatayud, Alhama y Ariza. En 1122 se hace con el Alto Jalón hasta Medinaceli.
La preocupación del Batallador tras conquistar estos territorios fue la de controlarlos. Su acción política consistió en repoblar y organizar las nuevas tierras conquistadas. Para la repoblación mantuvo los musulmanes que ya las poblaban y trajo mozárabes levantinos.
La ruptura del matrimonio entre Alfonso I con Urraca de Castilla y la ruptura de las alianzas implícitas provocó que el hijo de ésta, Alfonso VII, rey de Castilla y emperador de León, reclamase para Castilla estas tierras recién conquistadas. Su reclamación le lleva a apoderarse del Regnum Caesaraugustanum (Zaragoza, Tarazona, Calatayud y Daroca) que devolvió, tras el tratado de Carrión de 1140, a la recién formada Corona de Aragón a cambio de que Ramón Berenguer IV le rindiese vasallaje.
En este momento comienzan las disputas y roces fronterizos entre ambas Coronas, que no cesarían —mantenidas ya por otros motivos— hasta finales de la Edad Media, siendo la más importante la llamada Guerra de los dos Pedros a mediados del siglo xiv tras la cual entra en Castilla la Dinastía de los Trastámara.
Paulatinamente y por necesidad de protección y de definición de esta frontera en litigio se van estableciendo una serie de plazas fuertes en la frontera de ambas coronas; en la provincia de Soria, Amazán, Morón, Medinaceli, Serón, Monteagudo, Deza o Ágreda son las más importantes. Entre ellas van surgiendo una serie de castillos de menor tamaño cuya función es la de servir de apoyo a las huestes que deben defender la Raya. No son, en su mayoría, fortalezas señoriales con espacios de vivienda y soslayo de sus nobles propietarios, sino meras construcciones funcionales donde se pueda alojar y componer una guarnición defensiva.
Estos castillos se ubican en puntos estratégicos en las vías de comunicación entre las dos Coronas y en la misma frontera. Así ocurre con el valle del Cidacos, del Alhama o del Linares como vías naturales hacia el Ebro riojano que estaba vigilada y protegida por los castillos de Yanguas o de Magaña y Cigudosa.

El castillo señorial de Magaña se sitúa en la confluencia de los ríos Alhama y Montes

Al noreste de la frontera nace el río Queiles. En torno a su valle se ubican la ciudad murada de Ágreda y la fortaleza de Vozmediano. Este valle es una de las puertas principales entre Castilla y Aragón, tanto en tiempos de guerra como en los largos momentos de buenas relaciones. Otras fortificaciones al norte del Moncayo son los restos de Añavieja y Dévanos. La falda meridional de la sierra se controlaba por la fortaleza de Beratón, en la cabecera del río Araviana. Ya en la cuenca del Manubles se encuentran los castillos de Borobia y Ciria, mientras que en la del Carabán se levanta el castillo señorial de Carabantes. El río Manubles tiene sus fuentes en la cara sur de la sierra del Tablado en el término de Beratón. Pasa por Borobia antes de encajonarse en un estrecho cañón que protege el castillo roquero de Ciria, donde entra en tierras aragonesas para desaguar en el Jalón en Ateca.
El río Araviana merece una mención propia. Sus fuentes se ubican a los pies del Moncayo, en el término de Beratón. Tras abrirse paso entre las sierras del Madero y de Toraznos, llega a Noviercas y atraviesa el campo de Gómara hasta verter su caudal en el Rituerto. Este río articula las suavemente onduladas llanuras cerealísticas de los Campos Altos. Ha sido, además, escenario de episodios bélicos de trascendencia histórica. Su curso está jalonado por numerosas torres vigía de planta cuadrada construidas durante la ocupación califal del territorio ante el avance castellano desde el valle del Duero y que servían de apoyo a la fortaleza de Gómara (Lorenzo Celorrio 1994).
Es al sur de Gómara donde nace el río Henar, que tras pasar por Almazul, Mazaterón y Miñana discurre paralelo a las sierras de Deza y de Miñana antes de llegar a los pies de la importante plaza fuerte de Deza. Antes de traspasar la frontera aragonesa, su valle queda protegido por el castillo de Cihuela. Ya en Aragón, pasa por Embid de Ariza y desemboca en Cetina. Entre Almazul y Mazaterón confluye el río Peñalcázar, que nace a los pies de la imponente ciudad amurallada del mismo nombre.
Las Vicarías jugaron un papel muy importante durante los litigios fronterizos entre Castilla y Aragón. La protección del valle del río Nágima se garantizaba con el amurallamiento de las villas de Serón de Nágima y Monteagudo de las Vicarías y la presencia de sus castillos, así como del castillo de la Raya. El rio Nágima pasa por Serón —donde recibe las aguas del arroyo Valdevelilla— Torlengua, Fuentelmonge y Monteagudo antes de llegar a tierras aragonesas en Pozuel de Ariza y desembocar en el Jalón a los pies de Monreal de Ariza. El valle que abre este río ha sido una de las principales vías de comunicación entre el valle del Jalón y el del Duero, ya que desde Monteagudo se puede remontar uno de sus arroyos tributarios, el Cañabelilla hasta Valtueña y el puerto de Alentisque para llegar a Morón y el valle del Duero en Almazán. Si, por el contrario, se recorre inversamente el curso del Nágima por Serón se puede acceder al Campo de Gómara.
La defensa de la cabecera del Jalón fue vital durante la Reconquista, ya que la vía del Jalón y su continuación por el valle del Henares era la comunicación natural entre el valle del Ebro —y los puertos Mediterráneos, por tanto— y la Meseta. Por aquí discurría la calzada romana que comunicaba las ciudades imperiales de Emérita Augusta con Cæsar Augusta, luego capitales de las Marcas califales, junto a Toledo primero, y a Medinaceli después, cuando la reconquista de la Marca Media. El valle del Jalón estaba vigilado por los castillos de Belimbre en Santa María de Huerta, Montuenga de Soria, de Arcos de Jalón, Somaén y Medinaceli, además de otros restos musulmanes cercanos que se conservan.
Con la unificación de las dos Coronas a manos de los Reyes Católicos y el fin de las hostilidades entre ambas, esta franja de territorio pierde su carácter fronterizo, tornándose de relación comercial y social. En las villas que han sufrido las correrías y los enfrentamientos se sitúan las aduanas. Los antiguos castillos pierden su función militar y, aunque hubieron de ser utilizados durante las guerras de Sucesión y de Independencia en los siglos xviii y xix, son abandonados o transformados en residencias señoriales. Precisamente en esas últimas contiendas el patrimonio castrense sufre grandes daños.

(continuará...)

Esta entrada forma parte de la siguiente publicación:
Gil Crespo, Ignacio Javier (2013) Fortificación fronteriza y organización territorial medieval: los castillos de Soria. In: La experiencia del Reuso. Propuestas Internacionales para la Documentación, Conservación y Reutilización del Patrimonio Arquitectónico. c2o, Madrid, pp. 233-239. ISBN 978-84-45321-71-2

Para descargar: http://oa.upm.es/16559/